domingo, 13 de noviembre de 2016

años liliputienses

Cuando estuve en Liliput, si es que fue real, llovían flechas pequeñitas como paranoias. Cuando empecé a construir esta nave no usé las cosas pequeñitas de Liliput, sino los materiales que ya llevaba desde siempre en mi mochila de adn.
El adn sirve para todo: para hacer una tortilla de patatas, para follar, para no follar, para ir y quedarse y no partirse. Los genes recesivos un buen día gritan, gritan se acabó y mean sobre los incendios con princesas enanas cuya fresa de la boca se pudrió en el interior de un palacio que es del tamaño de la uña de mi dedo meñique del pie.
No sabía si la nave era para navegar o para volar. El niño dijo, como si me leyera el pensamiento, si prefería estar al fondo del mar o por el cielo. De algún modo intuíamos peces voladores o pájaros submarinos, o sabíamos el niño y yo que tanto azul no podía ser cierto, o no podía ser divisible.

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